lunes, 17 de marzo de 2014

El Señor de los anillos

El Señor de los anillos

Marzo nos mostró un Marte luminoso, faldero de la estrella Spica. Abril no quiere quedarse atrás y por ello nos trae a Cronos, dios griego del tiempo, a quién conocemos con su nombre latino, Saturno.
En astronomía los nombres muestran el derrotero que el pensamiento tuvo que seguir para llegar hasta nuestros libros: Babilonia, Grecia, Roma, Arabia, España, al fin América. Es una historia de guerras y matanzas que narra la supremacía de una lengua sobre la otra; es la historia del hombre, si quieres.
Saturno es el más lejano de los planetas visibles a ojo desnudo; él completa la lista de astros que dio nombre a los días de la semana: Sol, domingo (sunday); Luna, lunes; Marte, martes; Mercurio, miércoles; Júpiter (Jove), jueves; Venus, viernes; Saturno, sábado. Si te intriga el orden dado, me escribes y te cuento el por qué.
Saturno es el segundo astro gaseoso en tamaño pero su característica principal son los anillos, visibles con cualquier óptica. Solemos decir los aficionados que este planeta es el  mejor vendedor de telescopios. Cualquiera que le observe cae seducido al instante; muchas veces me han dicho a modo de broma ¡Vos tenés una figurita, ahí adentro! Reproche que ya había sufrido Galileo, en 1609 –solo que al él se lo decían en serio.
Cuando los anillos de Saturno fueron vistos por primera vez, fueron descriptos como “orejas”. Hubo que esperar varios años a que su naturaleza pudiera ser explicada. Ellos están formados por guijarros, polvos y hielos, y se cree que están allí por desintegración de antiguos satélites por las fuerzas de marea del planeta. Por dar un ejemplo, la fuerza gravitatoria de la Luna causa sobre la Tierra el movimiento de los mares (mareas). Cuando la relación de fuerzas es tan grande, y si los satélites se acercan más allá de un cierto límite, esas mareas fortísimas pueden destruirlo, lo cual generaría el anillo de rocas circundante.
La foto que sigue es de mi amigo Aldo Kleiman, artista rosarino. 
Gracias, Aldo.

Ya los babilonios habían medido el periodo de traslación de nuestro personaje -30 años nuestros- el mayor del sistema conocido (Urano y Neptuno fueron descubiertos mucho después, debido a telescopios y matemáticas más complejas). Acaso por lo parsimonioso, los griegos le asociaron con el tiempo. En su mitología, Cronos crea el devenir pues separa el cielo -Uranos- de la Tierra –Gea-, lo cual da lugar a que esta última sea habitada.
Cuando le observamos con telescopio, una vez que superamos la sorpresa y la belleza de sus anillos, pronto notamos dos detalles. El primero, que su disco está achatado. Por ser gaseoso y por girar tan rápido sobre sí (tiene un día menor a 10 horas), Saturno es mucho más ancho que alto. El segundo detalle es la presencia de sus lunas, entre las cuales destaca Titán.
Titán incentiva a todo científico. Ya una sonda se posó sobre él y nuevas misiones están en desarrollo. Así como el ozono que cubre la Tierra es fruto de la vida, sobre Titán hay una atmósfera que susurra sorpresas. En ese satélite hay mares y hay atmósfera. Claro que esos mares no son de agua ni hay oxígeno en su “aire” pero, piensen un poco: ¿había agua sobre la Tierra que dio inicio a la vida? ¿Había oxígeno en aquella vieja atmósfera, antes de que evolucionaran las plantas, es decir la clorofila, la máquina que crea oxígeno en base a energía solar?

Muchos son los mundos candidatos a albergar formas de vida: Marte, Europa… Titán va a la cabeza.